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FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Este domingo, el siguiente a Navidad, celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. Nuestra mirada se abre hoy al conjunto del pesebre y contemplamos, junto al Niño, a María y a José; esta imagen forma parte del Evangelio y es un signo que nos revela la voluntad de Dios. La realidad de la familia, en cuanto ámbito elegido y querido por Dios para entregarnos a su Hijo participa de la buena noticia del Evangelio.

Por ello hablamos del Evangelio de la Familia como de una realidad que tiene su raíz en el designio creador de Dios, que ha creado al hombre varón y mujer y ha puesto en ellos el misterio de la generación de la vida. La Familia se convierte, así, en un signo que nos revela el amor de Dios creador y la verdad del hombre. Ella es escuela de amor y cuidado de la vida, pero es también profecía para el mundo. Por ello a la Familia hay que predicarla como parte del Evangelio de Jesucristo que vino a darnos Vida plena.

La Familia fundada sobre el matrimonio, es decir, la unión libre y estable del hombre y la mujer, además de una realidad es un ideal. Esto nos habla de un hecho que tiene una estructura propia basada en la diversidad y complementariedad sexual, que se ordena a la vida y a la realización de sus miembros pero es, al mismo tiempo, un ideal que requiere actitudes de entrega, de presencia y de solidaridad. El nivel de la Familia va a depender del nivel de vida y compromiso de sus miembros. Como todo lo que pertenece al ámbito de la libertad del hombre, también la familia necesita de conductas y gestos que le permitan ser lo que está llamada a ser: esa escuela única de amor y de vida, donde cada uno va creciendo y descubriendo su dignidad y responsabilidad como persona. Por ello, Juan Pablo II, decía: “Familia sé lo que eres”, es decir, profundiza y vive tu vocación. La Familia tiene algo dado por la naturaleza, pero debe ser asumida, enriquecida y cuidada por sus miembros como por la sociedad.

Recuerdo cuando en la Mesa del Diálogo santafesino, que es un ámbito de encuentro y de reflexión formado por miembros provenientes de distintos credos religiosos, rectores de las tres universidades de Santa Fe, como de instituciones del quehacer económico y social, nos propusimos destacar tres ejes sobre las cuales trabajar para recuperar el nivel de vida y autoestima de nuestra ciudad, ellos fueron: la familia, la educación y el trabajo. En la ausencia y descuido de estas realidades veíamos la causa del deterioro de la calidad de vida en nuestra sociedad. Estamos acostumbrados a ver y a manejar estadísticas de los efectos de este deterioro social, por ejemplo, cuando hablamos de la violencia y el número de muertes, de la droga y el robo, de la inseguridad y la marginalidad, todo ello es cierto. Pocas veces hablamos de las causas, de aquello que genera este estado. Aquí aparecía el valor insustituible de la Familia como escuela de vida y de aprendizaje social, que cuida y orienta el camino del niño. Es criminal, por ello, una sociedad que no sostiene cultural y económicamente a la Familia.

Que al mirar en el pesebre a la Sagrada Familia de Jesús, sepamos valorar el significado de esa realidad tan cercana que es nuestra propia Familia, a la cual nos debemos, pero que también ella espera y depende de cada uno de nosotros. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Fuente: arquisantafe.org.ar

PREPARÁNDONOS A CELEBRAR NAVIDAD

En la vida cristiana la acción principal proviene de Dios: es él quien habla, actúa, quien viene a nosotros. En un sentido ser cristiano es dejarnos encontrar por él. Cómo es este camino de Dios hacia nosotros?, siempre a través de su Hijo, de Jesucristo. Ser cristiano es encontrarnos con él. Esto es posible hoy?, si, porque él ha querido quedarse en nuestra historia como Alguien vivo, no como una idea.

Esto significa que puedo participar de su misma vida que se me entrega como Gracia, es decir, como algo vivo y real que se ofrece a mi libertad. Navidad es el comienzo de este camino nuevo que Dios ha iniciado hacia nosotros, pero siempre necesita de nuestra libertad, de nuestra preparación para que ese encuentro sea posible. Dios viene a nosotros, golpea la puerta de nuestro corazón, pero no entra, espera nuestra respuesta.

Como en todo encuentro, aquí también es importante la preparación. Este es el significado del tiempo de Adviento que estamos viviendo, prepararnos para este encuentro con el Señor que viene. Y en qué consiste esta preparación? La vida cristiana, aunque se debe manifestar en una conducta exterior, tiene su lugar primero en el interior del hombre. Por ello Dios viene como gracia, no sólo como una doctrina o una ley. El lugar que el Señor busca es nuestro corazón, si no está preparado para este encuentro no transforma nuestra vida. Nos quedaremos como espectadores de un acontecimiento histórico, conoceremos una buena doctrina, pero estaremos ajenos a esa Vida Nueva que se nos regala, a lo profundo de su mensaje; no comprenderemos ni llegaremos a gustar la belleza ni la alegría de ser cristianos.

Cómo nos podemos preparar? Por ser su Vida una gracia, un don que se nos comunica, es algo interior y requiere, en primer lugar, una actitud de fe. Para la fe Dios no es un problema, sino el misterio de una Vida que vamos a descubrir. No pensemos, por otra parte, que la fe es algo mágico, ni que es propiedad de un grupo selecto, ella sólo necesita un corazón abierto, humilde, capaz de abrirse con confianza a la palabra del mismo Jesús: “Te alabo, Padre, él nos dice, por haber ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt. 11, 25). Un corazón limpio es el primer paso en el camino de la fe. En otro pasaje nos dice: “Bienaventurados los que tienen un corazón puro, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5, 8).

Como vemos el nacimiento de la fe tiene que ver con la búsqueda de lo bueno, con la rectitud de intención y la confianza en esa Palabra que él nos dirige. La fe no nos pide que renunciemos a nuestra inteligencia, pero sí que la abramos a un horizonte más amplio que trascienda el mundo de lo meramente material. La fe es, por ello, una virtud que eleva y da sentido a la inteligencia del hombre como ser espiritual y con vocación de trascendencia. La fe libera al hombre de toda esclavitud. Por ello decimos que la fe enriquece la mirada y la inteligencia del hombre, porque le permite conocer y vivir la realidad en su dimensión más profunda y real. Para la fe en Dios todo hombre es mi hermano, y la naturaleza la obra de sus manos que la ha puesto a nuestro cuidado y servicio.

Deseando que preparemos nuestra mirada de fe para descubrir al Señor que viene a nuestro encuentro, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor, que quiso nacer para nosotros en la humildad de un pesebre.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

Fuente: arquisantafe.org.ar

Democracia, Política y Bien común

Esta semana asumen los legisladores que han sido elegidos para representar al pueblo en uno de los poderes de la Constitución. Este hecho es un signo positivo en la vida institucional y debe alegrarnos, sin embargo el modo en que hemos llegado a esta instancia nos deja el sabor de que hay algo que aún debemos examinarnos como argentinos, y es lo que llamaría la calidad institucional de nuestra democracia.

Esto lo digo con respeto pero con dolor, y cierta sensación de impotencia, al recordar el camino transitado desde el adelanto de las elecciones, pasando por las candidaturas testimoniales, los cambios de pertenencia política después de haber recibido la confianza de un mandato, hasta el clima de agresividad y descalificaciones entre dirigentes, esto no nos hace bien.

La política es la necesaria mediación entre las ideas y la realidad en la construcción del bien común, y alcanza su expresión mayor en el ejercicio del gobierno; ella reclama virtudes superiores en quienes han asumido la delicada responsabilidad de representar al pueblo. Cuando la palabra se devalúa se empobrece la cultura de una comunidad, porque nos vamos acostumbrando a lo que está mal y perdemos la capacidad moral de reacción y sanción. Sólo el compromiso con la palabra dada y el cumplimiento de las leyes hacen previsible el ordenamiento de una sociedad, ellas son la garantía de una comunidad políticamente madura. En esto los argentinos nos debemos una dosis de humildad para reconocer nuestras fragilidades.

Uno de los temas que considero de importancia en el ejercicio de la política, como en toda gestión de gobierno, es el de la eficiencia y la ejemplaridad. Ambos son necesarios, diría que deben complementarse para recrear la nobleza de la política y alimentar en los ciudadanos el gusto y el compromiso por lo público. Cuántas veces la llamada eficiencia trata de justificar la falta de ejemplaridad; por otra parte, la ejemplaridad, para ser fecunda en el ejercicio de una función, debe mostrar idoneidad en la materia que trata y logros en su realización. Ni la sola eficiencia, ni la sola ejemplaridad, alcanzan para el buen ejercicio de una tarea.

Es cierto, uno prefiere la ejemplaridad por su mayor significado, pero si no viene acompañada de capacitación, estudio y contracción al trabajo, tampoco alcanza. Este tema nos lleva al campo de la moral. La política, como la función de gobierno, es obra de la libertad del hombre y pertenece, por lo mismo, al ámbito de la moral. Cuando esta actividad se desvincula del orden moral, no sólo empobrece al mismo hombre sino su obra, en este caso, la política, la función de gobierno y su fruto mayor que es el bien común. Una frase un tanto risueña que se escucha con algo de justificativo es aquella de que: “no somos carmelitas descalzas”; a nadie se le pide eso, pero tampoco que el orden de la ejemplaridad sea algo ajeno a la vida común de todo ciudadano, principalmente de un dirigente.

Otro de los temas que presenta un particular relieve en este camino de la democracia, y que considero una de nuestras fragilidades, es el de la gobernabilidad y la capacidad de generar proyectos. Una y otra son necesarias y no hay que contraponerlas. La primera mira más al presente, pero no debe quedarse encerrada en lo inmediato, ni en las urgencias electorales. La segunda, en cambio, mira al futuro en cuanto proyecto que necesita de tiempo. Ambas van creando la conciencia y mística de pertenencia a un país donde lo importante no es tanto lo que hoy vemos, sino lo que aún no se ha manifestado, aquello hacia lo cual estamos en camino. Las políticas de Estado no son patrimonio de un gobierno.

Aquí adquiere toda su importancia el nivel de la dirigencia, en especial su capacidad de diálogo en el ámbito parlamentario y su relación orgánica con el ejecutivo; oficialismo y oposición, en su justa y necesaria diversidad, son partes de una misma realidad política al servicio del bien común. El revanchismo no forma parte de la política grande. Acordar en el marco de un proyecto no es debilidad, sino moverse en un plano de intereses superiores. En estos días hemos celebrado con gratitud el acuerdo de paz con Chile, logrado por la paciente mediación papal. Qué distinto fue el tratamiento del conflicto de las Malvinas, donde existió la posibilidad de una negociación pero se optó por el empecinamiento desde una aparente situación de fuerza.

El nuevo escenario parlamentario va a reclamar, sea del gobierno como de la oposición, capacidad de diálogo y sentido de mutua responsabilidad en la gobernabilidad del país, en el marco de independencia de poderes; disponibilidad para instrumentar políticas de estado que trasciendan, por su misma naturaleza, lo breve de una gestión; coherencia de vida y austeridad en la gestión. Estas simples notas que hacen al buen gobierno, son las que nos permitirán alcanzar esa identidad de país que nos lleve a sanar heridas; fortalecer lazos sociales y equidad en la distribución de los bienes; alentar la producción y recrear una cultura del trabajo que nos permita superar la injusticia de la pobreza, la dádiva que no eleva socialmente, para lograr una verdadera inclusión. Sin calidad institucional y amistad social se debilita, además, nuestra presencia en el ámbito internacional, donde se reclama honestidad y previsión. Este es un desafío, y un examen, que hace a nuestra vida política.

A la política se la ha definido como “el acto de mayor caridad social”, por ser, precisamente, un acto al servicio del bien de la comunidad. A partir de esta definición se comprende su nobleza, como las virtudes que deben estar presentes en quienes han sido elegidos para tan alta función. Ella necesita, por su significado y alcance social, insospechados organismos de control que aseguren su transparencia. Al hablar de responsabilidades públicas no pueden quedar afuera quienes tienen un poder real en la vida de la sociedad, sea esta de orden económico, mediático, educativo, como también, la del simple ciudadano que con su testimonio y presencia es protagonista y juez de la salud política de la Patria. El nivel de este entramado social necesita que a la política se la considere parte del orden moral. Fuera de este orden se deshumaniza y crecen sus consecuencias de deterioro cultural y marginalidad. Una democracia sin valores carece de contenidos y horizontes, y se pierde en el juego estéril del poder. La orfandad social y cultural del hombre tiene mucho que ver con el nivel de la vida política e institucional de una sociedad.

Hagamos votos y pongamos nuestra cuota de confianza, como también de exigencia ciudadana, en este momento que nos toca vivir. Sepamos fortalecer nuestros lazos de amistad social para prepararnos a celebrar con esperanza y gratitud el Bicentenario de nuestra Patria. Acompañemos con nuestra oración a quienes fueron elegidos para el servicio del Bien Común. Que la fe en Dios, fuente de toda razón y justicia, sea nuevamente principio de paz y de unidad entre todos los argentinos.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz



Fuente: arquisantafe.org.ar

Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile

El pasado 29 de noviembre se cumplieron 25 años del Tratado de Paz y Amistad entre la Argentina y Chile. Hoy es momento de celebrarlo con gratitud por todo lo que ello significó en el camino de dos Naciones hermanas. Las circunstancias, para quienes las hemos vivido y recordamos, habían llegado a un punto que parecía inevitable una guerra, que hubiera sido un acto irracional y de debilidad política para resolver un diferendo.

Recuerdo que la firmeza de algunas posturas iba engendrando actitudes que nos alejaban de la búsqueda de un entendimiento pacífico. Todas las instancias de relación directa entre nuestros países aparecían como agotadas. La guerra era el camino hacia el cual nos encaminábamos. Fue un momento de movimiento de tropas, formadas por nuestros jóvenes, y de armamentos para algo que, se decía, era inevitable. Es en este momento, precisamente, cuando aparece el camino de la paz como una pequeña luz.

Con motivo de esta conmemoración los obispos decíamos en una reciente declaración: “Los argentinos y chilenos nunca agradeceremos suficientemente a Dios haber evitado la demencia de la guerra y mantenido el don de la paz. Puede ser que todavía no hayamos medido de manera cabal el abismo en el cual estuvimos a punto de caer. E incluso que no hayamos valorado en plenitud los amplios campos que se han abierto para la cooperación e integración de nuestros pueblos, y cuánto podemos aún beneficiarnos” (CEA 11-11-09). Mons. Carmelo J. Giaquinta ha escrito un libro sobre este tema, basado en documentos y testigos directos, en el que muestra cómo se gestó y se llevó a cabo la mediación de Juan Pablo II. Considero a esta obra como un texto imprescindible para conocer las personas, circunstancias y acontecimientos que nos permitieron arribar a este Tratado ejemplar de Paz y Amistad.

En esta gestión, junto al Santo Padre y al Cardernal Antonio Samoré, adquiera una importancia decisiva la gestión de nuestro Cardenal Primatesta. Los testigos de esta historia cuentan los viajes y las llamadas telefónicas del Cardenal con el Santo Padre pidiendo la mediación, como así también con las autoridades del país, hasta lograr su aceptación. Fue un hombre que conoció la gravedad del momento y actuó con la urgencia y responsabilidad que se requería. Como Obispo tuvo la mirada y sabiduría de un verdadero estadista. Su gestión y su persona ya forman parte de los grandes hechos que hacen a nuestra historia. Por ello nos pareció un acto de justicia en la citada declaración, afirmar: “queremos hacer memoria de los obispos chilenos y argentinos, en especial del Cardenal Raúl F. Primatesta, los cuales, valorando el inestimable bien de la Paz, lograron con santa obstinación abrir el único camino que quedaba para preservarla: la mediación del Papa”. Gracias Cardenal Raúl Francisco Primatesta.

Reciban de su Obispo, junto a mis oraciones, mi bendición.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Fuente: arquisantafe.org

Somos hermanos. Queremos ser Nación. I

Cada año los Obispos nos reunimos en el marco de la Asamblea Plenaria, con el fin de fortalecer lazos de comunión y reflexionar sobre el camino pastoral de la Iglesia en la Argentina. Este caminar se hace en un país concreto, del que somos parte y al que amamos y servimos. La fe no nos aísla del mundo, por el contrario ella nos lleva a asumir tanto los gozos y esperanzas, como las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, como nos dice el Concilio Vaticano II, (cfr. G.S. 1).

Esta actitud de la fe tiene su raíz en el mismo Jesucristo quién amó, pero también lloró, por su patria, Jerusalén. Una fe que no se encarna, que no se hace historia en lo concreto de la vida, no es una fe cristiana, es decir, no tiene su forma ejemplar en Jesucristo.

En esta última Asamblea hemos creído oportuno hacer pública, en un breve comunicado, lo que hemos visto y reflexionado sobre la situación de nuestra Patria. Es una mirada de pastores, no de técnicos ni dirigentes políticos, que no nos corresponde. La mirada de un pastor tampoco es una lectura exterior o estadística de la realidad, sino un ver desde la fe las condiciones humanas, morales y espirituales en que se desarrolla la vida del hombre, tratando de considerar, además, las causas de esta realidad como los posibles caminos superadores. Esto responde tanto a la exigencia de la dignidad del hombre, como a nuestra responsabilidad de presidir desde la Iglesia el camino del Evangelio que Jesucristo nos ha dejado como una misión. Por ello podemos decir que es el hombre, en su realización plena e integral, el camino primero de la Iglesia. No hablo de estrategia, sino de una misión recibida.

De esta mirada pastoral de la realidad, de la que nos sentimos parte, surgió el reciente documento: “Somos hermanos. Queremos ser Nación”. Partimos de nuestra experiencia de pastores, ella nos dice que en el pueblo “existen hondos deseos de vivir en paz y en una convivencia basada en el entendimiento, la justicia y la reconciliación” (2). Sin embargo, percibimos también, la realidad de un clima social alejado de esas sanas aspiraciones, que definíamos en términos de: “violencia verbal y física en el trato político y entre los diversos actores sociales, la falta de respeto a las personas e instituciones, el crecimiento de la conflictividad social, la descalificación de quienes piensan distinto, limitando así la libertad de expresión, con actitudes que debilitan fuertemente la paz y el tejido social” (3). A ello se agregaba “el desprecio por la vida en la violencia delictiva” (4), como la realidad de una “situación de pobreza que es dramática en muchos hermanos nuestros” (5).

Cuáles son las causas de esta situación que vemos y denunciamos?. Les decía que no somos técnicos, sino pastores, por ello en la raíz de estos problemas que nos debilitan como personas y sociedad, vemos su gravedad en que estamos inmersos en “una crisis cultural, moral y religiosa”. No se trata de una cuestión sólo económica, su problemática es más profunda. Por cuestiones de tiempo no puedo extenderme y desarrollar estos temas, espero poder hacerlo en el próximo encuentro. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Fuente: arquisantafe.org

CLAUSURA ANUAL DE LA MISIÓN ARQUIDIOCESANA

Como el año pasado, para esta fecha, celebraremos la clausura anual de la Misión Arquidiocesana que, Dios mediante, continuará el próximo año. La Misión continúa, debe continuar les decía, porque en ella la Iglesia expresa su identidad y fidelidad al mandato de Jesucristo. La Iglesia existe para evangelizar.

Hay tres notas que no pueden faltar en una comunidad cristiana, ellas son: la oración, la misión y la caridad, porque en ellas se expresa la vida y el mensaje de Jesucristo. Se acostumbra a decir que la Iglesia, en todas las expresiones de su vida, debe ser una comunidad orante, misionera y servidora. En estas notas se manifiesta y es reconocible en ella a Jesucristo. Cristo es quién nos ha enseñado a rezar, a ser misioneros y servidores.

Con este espíritu hemos iniciado nuestra Misión, que se fue concretando y enriqueciendo con el aporte de todas las comunidades de la Arquidiócesis. Hay hambre de Dios en nuestro pueblo, este clamor nos compromete, pero como decía san Pablo: “cómo van a invocar a Dios o creer en él si nadie se los predica, y como van a predicar si no son enviados” (cfr. Rom. 10, 14). Esta necesidad de nuestro pueblo, por una parte, como la exigencia de la fe de ser predicada me llevó, siguiendo el pedido de Aparecida, a proponer a todos los fieles y comunidades de nuestra Iglesia un camino de Misión permanente. Debo dar gracias a Dios por lo mucho que se ha hecho, tanto en las comunidades visitadas como en el fortalecimiento de la fe de los mismos misioneros, pero soy consciente, de lo mucho que aún nos falta.

La Misión no es una tarea proselitista, en el sentido de ganar adeptos para una causa, sino el testimonio de un mensaje que está dirigido a todos los hombres en su condición de hijos de Dios. El misionero debe ser testigo de lo que predica. En la Misión lo importante es la obra de Dios. Es el mismo Espíritu de Dios el que mueve el corazón del misionero y del que va a ser misionado. Por ello es siempre actual aquella frase de san Agustín, cuando decía: “antes de hablar a los hombres de Dios, hablar a Dios de los hombres”. La primera condición de la Misión es el respeto a la libertad, porque debe suscitar una fe libre y personal, no se trata, les decía, de un proselitismo que avasalla, por el contrario: “El mandato misionero exige invitar a la fe, sin coacción alguna, dando cabida a que surja en el corazón del hombre la respuesta libre que sólo puede provocar el Espíritu” (cfr. EN 78). La Misión es, por ello, también un camino de perfección cristiana, en primer lugar para el misionero. Qué triste cuando un cristiano o una comunidad pierden el entusiasmo por la misión, ellos se empobrecen. Mantener el espíritu misionero es un camino de santidad personal y un acto de caridad con nuestros hermanos.

Pidiendo a Dios que esta Misión Arquidiocesana continúe dando frutos en nuestra Iglesia, me permito invitarlos a acercarse a sus comunidades para vivir este llamado que nos hace el Señor. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición de Padre y amigo.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz



SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Una antigua tradición cristiana celebra, el 1 de noviembre, el día de Todos los Santos. Son diversas las interpretaciones sobre la fecha del inicio de esta tradición. Desde los primeros siglos los cristianos veneraban a los mártires en celebraciones que eran más bien locales. Particular relieve presenta esta celebración en Roma, que luego se fue extendiendo a toda la Iglesia.

Con el tiempo, además de los mártires, se fue incluyendo en este día a otros cristianos que habían dado testimonio de una vida santa, y así eran reconocidos por la Iglesia. El tema histórico, referido a la fecha como a los lugares donde nace esta tradición sigue abierto, en cambio el significado de lo que se celebra permanece igual, es decir, se celebra la santidad como una realidad vivida.

Partiendo de que “sólo Dios es santo”, como dicen las Sagradas Escrituras, parecería que es indebido hablar de la santidad en la vida de los hombres. Sin embargo, esta realidad es, precisamente, la vocación a la que está llamado todo cristiano, como nos dice el mismo Jesucristo: “sean santos como mi Padre es santo”. Esto significa que entre Dios y el hombre no hay un abismo, una diferencia que nos impida participar de su misma vida. Es más, el mismo Jesucristo nos dice: “Para esto he venido, para que tengan la vida de Dios y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10). No estamos hablando, por ello, de una utopía inalcanzable sino de la posibilidad real de vivir y participar en este mundo de la misma vida de Dios, que un día la viviremos en plenitud. Como vemos, la vida del hombre, en cuanto ser espiritual, no termina en los límites de este mundo, sino que es un peregrino que camina con la esperanza de una vida plena que ya ha comenzado a gustar y a vivir en este mundo.

Para el cristiano la santidad no es la espera de una recompensa después de la muerte, sino un hoy que está llamado a vivir. Este presente es posible porque Jesucristo no nos dejó sólo una doctrina sino su misma vida, la vida de Dios, que la recibimos como gracia que nos transforma interiormente. A partir de esto podemos comprender el significado del Evangelio de este domingo que es el de las Bienaventuranzas, donde se nos habla de la santidad como presente y, al mismo tiempo, como plenitud. “Bienaventurados, nos dice, los que tienen alma de pobres, porque a ellos pertenece el Reino de los Cielos. Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Bienaventurados los afligidos porque serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios…” (Mt. 5, 3-9).

Cuando la Iglesia celebra el tránsito de los hombres santos de este mundo al cielo, nos dice el Concilio Vaticano II, ella proclama que en ellos se ha cumplido el camino pascual de Jesucristo, es decir, el triunfo de la gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte, del amor sobre el egoísmo. Ellos se convierten en el mejor testimonio de un evangelio hecho vida. Esta es la razón por la que la Iglesia nos propone sus vidas como ejemplo. La santidad, por otra parte, no es camino para algunos sino una vocación para todos.

Reciban de su Obispo mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

MATRIMONIO Y UNIÓN CIVIL HOMOSEXUAL

Cada tanto reaparece el planteo de dar un tratamiento jurídico a las uniones homosexuales similar al matrimonio. Casi siempre se argumenta que se trata de una decisión libre de dos personas del mismo sexo que desean convivir, y reclaman los derechos propios de un matrimonio heterosexual. La negativa a esta propuesta se la considera como un acto discriminatorio.

Con el respeto que merece toda persona, creo que la realidad del matrimonio es un bien público que hace a la vida y a la cultura de una sociedad. No se trata, por lo tanto, de un tema menor, su importancia radica en que en él se definen aspectos que hacen a la vida y futuro de una comunidad.

El matrimonio como relación estable entre el hombre y la mujer, que en su diversidad se complementan para la transmisión y cuidado de la vida, es un bien que hace tanto al desarrollo de las personas como de la sociedad. No estamos ante un hecho privado o una opción religiosa, sino ante una realidad que tiene su raíz en la misma naturaleza del hombre, que es varón y mujer. Este hecho, en su diversidad y reciprocidad, se convierte, incluso, en el fundamento de una sana y necesaria educación sexual. No sería posible educar la sexualidad de un niño o de una niña, sin una idea clara del significado o lenguaje sexual de su cuerpo. Estos aspectos que se refieren a la diversidad sexual como al nacimiento de la vida, siempre fueron tenidos en cuenta como fuente legislativa a la hora de definir la esencia y finalidad del matrimonio. En el instituto del matrimonio se encuentran y realizan tanto las personas en su libertad, como el origen y el cuidado de la vida.

Esto no debe ser considerado como un límite que descalifica, sino como la exigencia de una verdad que por su misma índole natural y significado social, debe ser tutelada jurídicamente. Estamos ante una realidad que antecede al derecho positivo y, por lo mismo, es para él fuente normativa en lo sustancial. Utilizar el término de discriminación cuando se pretende igualar el matrimonio con una unión homosexual es incorrecto, porque no se parte de las notas que lo definen y hacen a su identidad. Cuando se exigen determinadas aptitudes o condiciones, en este caso la diversidad y reciprocidad en orden a la procreación, no se puede hablar de discriminación. Afirmar la heterosexualidad como requisito para el matrimonio no es discriminar, sino partir de una nota objetiva que es su presupuesto. Lo contrario sería desconocer su esencia, es decir, aquello que es. Hay un falso sentido de igualdad que no pertenece a la justicia, porque no parte del sentido de la misma de la realidad.

Es propio de la justicia distinguir. Al negar la posibilidad de uniones civiles entre homosexuales no hay discriminación, toda vez que: “es posible realizar distinciones de trato entre personas sobre la base de ciertas cualidades personales o naturales, siempre y cuando estas distinciones resulten compatibles con la finalidad o finalidades intrínsecas del instituto, función o realidad práctica de que se trata en cada caso, ya que en estas situaciones las cualidades personales influyen decisivamente en la conducta de los sujetos y en la consiguiente posibilidad de alcanzar aquellas finalidades” (Massini, citado por la Dra. María Josefa Méndez Costa). Esto no debe entenderse como la negación de un derecho a alguien, sino la necesidad jurídica de afirmar y tutelar un instituto que tiene sus notas y características propias.

Si bien se argumenta que se busca proteger socialmente a las personas del mismo sexo que conviven, lo que es atendible, no debemos olvidar que estas uniones cuentan con una serie de normas jurídicas o administrativas que atienden sus reclamos y seguridad social, pero desde otro encuadre jurídico y que siempre se puede mejorar. No es posible, por lo mismo, sin forzar el sentido natural y constitucional del instituto del matrimonio, pretender que dichas uniones civiles se formalicen ante un Registro Civil de las Personas, que es un ámbito que tiene su especificidad propia.

Creo que el tema de fondo a lo que apunta este reclamo no es la desprotección en su búsqueda de una posible legislación, sino a la pretensión de asimilar dichas uniones con la institución matrimonial, con todo lo que ello implica. Esto menoscaba el sentido del matrimonio; ante realidades distintas, no hay que temer hablar de ordenamientos propios. Creo, además, que es injusto descalificar con el término de discriminación, o tildar de un discurso del pasado, a quien defiende esta postura. Se puede ser progresista y defender la familia fundada sobre el matrimonio. Es más, creo que en esta postura de defensa del matrimonio hay mucho de profético para el mundo de hoy. Toda ley tiene un sentido ejemplar y orientador para la sociedad, por ello se debe evitar en ella toda confusión que no distinga lo que es distinto.

Juan Pablo II al hablar de la familia decía que es “un bien de la humanidad”. En esta afirmación está implícito el significado del matrimonio. Es de desear que este tema encuentre serenidad de reflexión y sabiduría política, en quienes, por mandato popular, tienen la responsabilidad de legislar sobre una realidad que hace al bien común y al futuro de la sociedad. Por otra parte, no considero un argumento menor a tener en cuenta la cultura del pueblo como patrimonio de una comunidad, esto lo apreciamos cuando la gente se refiere al matrimonio y lo hace espontáneamente en términos de la unión entre un hombre y una mujer, que luego serán padre y madre. En esta simple expresión hay una verdad profunda que el legislador debe saber escuchar y leer en todo su alcance antropológico y social.

Concluimos en este mes de octubre el mes de la Familia. He querido aportar estas reflexiones sobre un tema que considero de suma importancia. Lo hago con respeto y sin ánimo de agravio, pero sí con la libertad y espíritu de servicio a las personas e instituciones de la democracia que tienen la responsabilidad de legislar. Reciban de su Obispo junto a mi estima y oraciones, mi bendición.


Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


DÍA DE LA MADRE

Cada año hay un domingo, en el mes de octubre, dedicado a celebrar el día de la Madre. Puede parecer poco hablar de un día, pero tiene el significado de recordarnos algo que pertenece al ámbito de lo habitual, de lo cotidiano. Es importante actualizar lo habitual, para que no pierda su riqueza y compromiso.

Hay un olvido o desgaste en el valor de las palabras que incluye, desgraciadamente, a las personas. Por ello, es bueno y necesario celebrar y reflexionar sobre el significado que este día tiene, para no quedarnos en el cumplimiento formal o exterior de una fecha, ni tampoco resolverlo en una instancia meramente comercial.

La figura de la madre participa, desde su originalidad y complementariedad con el hombre, del misterio de la vida. Podemos hablar y distinguir a la madre, del padre y del hijo, pero no separarlos de esa realidad que los integra: la familia. Es cierto, no siempre se da o es posible integrar este conjunto ideal. Cuántas veces es la madre la que mantiene y salva a la familia, sobre todo en casos de abandono y pobreza. En esos contextos de injusticia moral y social es común que la madre, con su silencio y trabajo, se convierta en una palabra y un ejemplo que nos enseña a valorar y a respetar la vida. Ellas merecen un reconocimiento especial. Como obispo, no puedo dejar de recordar en este día, con emoción y gratitud, la figura de mi madre que ya no está. De ella he recibido la vida, la fe y una cultura basada en el evangelio. Es mucho lo que recibí de ella, máxime cuando pienso que quedó viuda, y que éramos diez hermanos.

Una de las características que marcaría en la figura de la madre es esa nota de ternura y de exigencia, que define su amor educativo por los hijos. Una y otra se necesitan para llevar adelante esa tarea familiar y social, que es el bien del hijo. Ambas, la ternura y la exigencia, presentan la sabiduría de un amor que está llamado a formar, no sólo a complacer. Creo que esta dimensión es un rasgo que distingue el amor de una madre. Por ello es un amor austero y oblativo, porque está al servicio del otro; su alegría es ver crecer a esa persona única, que en su fragilidad y desarrollo la necesita y la tiene como referencia. Estas notas que hoy recuerdo con gratitud, las considero un valor que va formando una cultura y una pedagogía que hacen a la dignidad y elevación del hombre y la mujer. La dimensión de este amor, que es una riqueza para el hijo y un bien para la sociedad, es garantía de un futuro más humano.

En este darse de la maternidad, que implica un cierto olvido de sí, la mujer vive la alegría y plenitud de una vocación. Si bien la maternidad es una decisión de la mujer, no es algo meramente privado, pertenece también al ámbito de lo público. Por ello es necesario que sea reconocida socialmente como algo personal, pero que es un bien de la sociedad. En el orden de la vida y su educación lo que es personal o privado no se opone a lo público, al contrario, se enriquecen y necesitan. El compromiso político y social que ello implica no siempre es tenido suficientemente en cuenta.

Pienso, además, que estamos como atados culturalmente a una visión un tanto individualista de nuestra realización personal que nos termina empobreciendo. Cada época presenta la riqueza de la maternidad en un contexto y con estilos siempre nuevos. En el mundo de los valores lo nuevo no es sinónimo de ruptura con el pasado. Cuando lo nuevo es discontinuidad aparece como algo extraño y carece de horizontes porque no tiene raíces. La mujer, en la maternidad, al participar de una verdad que hace a la naturaleza de la condición humana, se convierte en presente y profecía que ilumina a un mundo que siempre está naciendo, pero que necesita de su presencia y amor. La maternidad es la primera escuela de la vida humana, por ello, desde su privacidad es también pública, y merece el cuidado de la sociedad.

Con esta reflexión que nace del corazón de un hijo agradecido, que también es Pastor, he querido compartir mi palabra de admiración y afecto, para rendir, de este modo, mi homenaje a todas las madres en su día. Para ellas mi reconocimiento y oración, y a todos mi bendición de Padre y amigo en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Fuente: arquisantafe.org

DÍA DE LAS MISIONES

Este domingo celebramos el Día de las Misiones. Parecería que no es necesario que la Iglesia dedique un día a hablar de las Misiones cuando ella es esencialmente misionera. Toda su vida es Misión. Es más, ella recibió del mismo Jesucristo el mandato de predicar el Evangelio por todo el mundo (cfr. Mt. 28, 18-20). El fijar un día tiene, sin embargo, algo de pedagógico porque nos ayuda a reflexionar y actualizar el contenido y el compromiso de esta dimensión misionera.

Recordemos que el primer misionero es Jesucristo: para esto he venido, nos dice, para comunicarles la Vida de Dios. La Misión tiene su fuente primera en Dios Padre que envía a su Hijo, su contenido y estilo en el mismo Jesucristo, y su fuerza en el don del Espíritu Santo.

Esta Vida Nueva que Dios nos comunica por su Hijo abarca a la totalidad de la vida del hombre, y se convierte en principio de recreación para todo el universo. Es decir, si bien esta Vida Nueva actúa directamente sobre el hombre, desde él ella ilumina y da sentido a todas sus relaciones, sea con Dios, con sus hermanos, como con la misma naturaleza. El camino de Dios es siempre el hombre. Aquí vemos su gran responsabilidad: un mundo nuevo necesita de hombres nuevos. La Misión es comunicación de la misma Vida de Dios, que nos hace “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe. 1, 4). El origen de la Misión es el amor de Dios, su camino Jesucristo y el destinatario el hombre. La Iglesia nos hace presente este camino de Jesucristo.

Como dice Aparecida la Misión es al “servicio de la vida plena”. No se puede entender la Misión sino miramos al hombre concreto en su misma realización, es decir, en su vida personal, familiar, social y cultural. “Yo he venido, nos dice Jesucristo, para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn. 10, 10). A esta Vida la recibimos por la fe a través de su Palabra y de los Sacramentos, que nos introducen en una vida de comunión con Jesucristo al servicio de nuestros hermanos. Por otra parte, Dios “no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud vital, porqué Él ama nuestra felicidad” (Ap. 355). La Misión, por lo mismo, está al servicio de una vida plena para todos.

Aquí llegamos a un punto en el que tenemos que reconocer que “las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpela a los creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas (Ap.358). Esto también forma parte de la Misión de la Iglesia, porque en “la propuesta de Jesucristo, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos” (Ap. 361). En esto vemos la profunda relación que existe entre vida de Dios y amor al prójimo. “Cómo puede amar a Dios a quién no ve, el que no ama a su hermano, a quién ve”, nos dice san Juan (1 Jn. 4, 20).

Pensemos que sólo conservamos aquello que somos capaces de entregar y compartir, esto vale también con nuestra fe en el Dios de la Vida. El espíritu de misión es el que nos permite conservar y acrecentar la presencia de Dios en nosotros. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Fuente: arquisantafe.org.ar

Mes de la Familia

Tradicionalmente al mes de octubre se lo conoce como el Mes de la Familia, por celebrarse en él el Día de la Madre. Hay muchas razones para unir ambas celebraciones y agradecer en ellas tanto el don de la vida, como su necesario acompañamiento. La vida necesita del amor de la madre y del ámbito de una familia para su desarrollo, y la familia, a su vez, recibe con gozo el don de la vida que compromete y fortalece sus vínculos.

El cuidado de la vida reclama la presencia de una familia. Qué triste cuando a este don no se lo vive con la responsabilidad que merece, las consecuencias se ven reflejadas en los hijos.

Es cierto que hay situaciones conflictivas que requieren una atención particular, incluso en defensa de la misma vida, pero separar vida y familia termina empobreciendo a los padres como a la sociedad, y compromete el normal crecimiento de los hijos. La Familia pertenece a esas realidades que es difícil de definir porque son un espacio natural de vida y afecto, como la fuente primera de esas relaciones fundantes de paternidad, maternidad y fraternidad que sostienen a la misma vida. Es común decir que la Familia es la primera escuela de vida y de los derechos humanos. No se proclaman, en ella se viven. Cuánta responsabilidad les cabe a los padres como maestros de esta escuela, asumir el rol que les pertenece.

Al mundo de hoy le cuesta entender o aceptar la noción de naturaleza como algo que nos antecede y acompaña, y que es la base del derecho natural. Parecería que todo depende de nuestra decisión creativa, como de un absoluto creador que no tiene límites. Hablar de la existencia de una ley natural, como fundamento de nuestra condición humana, no es un límite a mi condición de hombre libre, sino la comprensión de nuestra verdad como seres creados. Tocamos aquí, necesariamente, el ámbito de la filosofía y de la teología, como fundamentos últimos de la vida del hombre. La Familia vista desde la fe y según el designio de Dios creador del hombre, varón y mujer, es “el lugar primario de la humanización de la persona y de la sociedad” (Ch. L. 40). Dios Creador, en cuanto principio del orden natural, es garantía de la verdad del hombre.

Si bien la familia tiene aspectos culturales y presenta roles y actitudes marcados por el tiempo, sin embargo, hay algo que le es propio y la define. Por ello, defender a la familia fundada sobre la complementariedad del hombre y la mujer como fuente de vida y primer cuidado del niño, no es defender una bandera del pasado o un discurso de la derecha, sino un acto de profunda sabiduría sobre la condición humana que se convierte, por su misma razón, en una actitud profética respecto al mundo que debemos construir. En torno a la familia se juega, en gran medida, el nivel humano y moral de la humanidad. Su lugar no lo puede ocupar el Estado, pero sí le corresponde a él reconocerla y protegerla. Por ello el tema de la Familia es, también, un tema político que hace a la vida de la sociedad. Ella no puede quedar relegada al ámbito de lo privado sin la presencia de un Estado que con sus leyes la sostenga, garantice y promueva.

Acompañando de un modo especial a todas las familias que viven el dolor por la ausencia de un ser querido, como también a aquellas que sufren la precariedad de medios e incluso la pobreza, y a tantas otras que viven en silencio el dolor moral de algunos de sus miembros, quiero hacerles llegar una palabra de esperanza, que surge de mi fe en Dios, que es Padre de todos y de la verdad de lo que son ustedes, sus hijos, para que puedan mirar con ojos de amor, y tal vez de reconciliación, esa realidad que les pertenece y de la cual son testigos responsables. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Fuente: Arquisantafe.org

FE Y COMPROMISO SOCIAL

Cuando la Iglesia habló del escándalo de la pobreza y la ha presentado como una urgencia moral y política de la sociedad, algunos se preguntan si le corresponde a la Iglesia hablar de estos temas. Si la Iglesia no tendría que dedicarse sólo a una tarea espiritual, entendiéndola en un sentido restringido o espiritualista, y a lo sumo realizar alguna tarea asistencial.

Estos planteos desconocen la dimensión de la fe en un Dios que es Padre y Creador de todos los hombres y de todo el hombre, y que esta fe cristiana se apoya en el testimonio y en la palabra de Jesucristo, que nos ha revelado la grandeza de la vida del hombre y que es garantía de su dignidad. Podemos distinguir en la vida aspectos materiales y espirituales pero no separarlos, porque ambas dimensiones forman una única realidad que es el hombre, y que es varón y mujer.

Por ello una fe que no tenga en cuenta al hombre en su totalidad no es la fe en el Dios que nos ha enseñado Jesucristo, quién además tuvo una particular atención y preferencia por los pobres, por los que sufren. Una Iglesia fiel a Jesucristo es, por lo mismo, una Iglesia que contempla al hombre en su totalidad y se compromete a acompañarlo en el camino de su vida, elevando su voz y su denuncia ante situaciones, si es necesario, que dañan sus derechos y dignidad. Esto no debe ser interpretado como una postura demagógica u opositora, sino como un acto de fidelidad a Jesucristo. Una Iglesia que no esté cerca del que sufre no sería fiel al mandato del Señor. En este sentido la fe, en cuanto expresa la verdad del hombre a partir del Evangelio, tiene una dimensión social y política, porque contempla la vida y realización plena del hombre en lo concreto de su historia. No podemos desde la fe desentendernos de la angustia y el dolor de nuestro hermano. Como Jesucristo, debemos ver, amar y servir al hombre en su totalidad.

Como vemos, la fe no nos encierra en un espiritualismo ajeno a la realidad, sino por el contrario, orienta nuestro compromiso con esta misma realidad. Podríamos decir que nada de lo que es humano es ajeno a la fe en un Dios que es Padre y guardián de todos sus hijos. La ofensa al hombre es una ofensa a Dios. Para la Iglesia, una auténtica evangelización siempre va unida “a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana”, porque su mirada abarca a todo el hombre en su realidad humana como espiritual. Desde esta concepción de la fe decíamos los Obispos en “vistas al Bicentenario 2010-2016, “creemos que existe la capacidad (hoy agregaría la urgencia) de proyectar, como prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social” (Hacia el Bicentenario, 5). Estas palabras y el compromiso social que ello implica, son una auténtica expresión de fe cristiana.

Que sepamos dar testimonio de nuestra fe a través del compromiso social con el que asumimos las necesidades de nuestros hermanos. Que nuestra mirada de fe sepa descubrir el dolor y la pobreza en nuestros hermanos y como hizo Jesucristo, detenernos y acompañarlos para que recuperen su dignidad. Reciban junto a mi afecto y oraciones, mi bendición de Padre y de amigo en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

Fuente: Arquisantafe.org.ar

MES DE LA JUVENTUD

El mes de Septiembre, además de ser el mes de la Biblia, es el mes de la Juventud. Esta doble circunstancia, la Palabra de Dios y los Jóvenes, creo que presenta una riqueza de relaciones que es útil detenernos. Es más, diría que el corazón de los jóvenes es el lugar preferido de la Palabra de Dios, porque en ellos hay apertura y mirada hacia el futuro. San Juan, en su primera carta les dice: “Jóvenes, les he escrito porque son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al Maligno” (1 Jn. 2, 14).

Este texto nos puede ayudar a reflexionar sobre los jóvenes desde la Palabra de Dios. El contexto es el de una victoria, que tiene como fuente a la Palabra y como protagonista al joven.

¿Qué nos dice san Juan en esta frase? En primer lugar valora la virtud de la fortaleza en los jóvenes como algo les es propio. El fuerte no es el violento, sino el que tiene dominio sobre sí y es capaz, por lo mismo, de grandes acciones tanto en su vida como al servicio de sus hermanos. La fortaleza no se agota en el presente, no hace alarde de fuerza sino que es testimonio de integridad y madurez. La fortaleza posibilita que los grandes valores se mantengan como ideales a lo largo de nuestra vida. Cuántos valores se van diluyendo por falta de capacidad para recibirlos, pero también por falta de fortaleza para sostenerlos en el tiempo. San Juan afirma que la Palabra de Dios que han recibido y han conservado en sus corazones los hizo fuertes.

Parecería que hay una sintonía especial entre la Palabra y los jóvenes; San Juan dice que la Palabra permanece en ellos. Cuál es el motivo de esta sintonía con los jóvenes? Visto desde la Palabra de Dios, les diría porque ella busca dar sentido y elevar la vida del hombre; ella se presenta como un ideal que nos orienta hacia la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza. Visto desde los jóvenes porque en ellos, existe una apertura hacia lo noble y lo grande, son tierra fértil donde la semilla de la Palabra puede echar raíces. Así, cuando se encuentran, se produce el milagro de lo nuevo, de aquello que en un sentido estaba presente como deseo en el corazón del joven. Se da algo semejante a la experiencia de san Agustín cuando decía: “yo te buscaba, Señor, fuera de mí y Tú estabas cerca de mí, dentro mío”, para concluir con la alegría de ese encuentro tan deseado al exclamar: “tarde te amé, Señor” (cfr. Confesiones). Que imagen tan rica para pensar que hoy es posible el encuentro de los jóvenes con Jesucristo a través de su Palabra.

En este contexto es que debemos hablar de una victoria sobre el mal, “ustedes han vencido al Maligno” les dirá san Juan, porque la fortaleza es fruto de la presencia de Dios. No se trata de una victoria con las armas de este mundo en el que se privilegia la violencia e incluso la muerte, sino del triunfo que nace de la verdad sobre la mentira, del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. Estas son, por otra parte, las notas del Reino de Dios, del cual Jesucristo nos habla y se nos presenta como el camino y la puerta para ingresar en él. El encuentro con él es, por ello, principio de lo nuevo. La juventud está llamada a ser profecía de un mundo nuevo. En esto creo que se encuentra aquella sintonía de la Palabra de Dios con los jóvenes.

Queridos jóvenes, reciban de su Obispo que los valora y ama, y que quiere acompañarlos en este camino al que nos invita Jesucristo, mis mejores deseos de felicidad junto a mis oraciones y bendición de Padre y amigo.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

COLECTA MÁS POR MENOS

Como todos los años la Iglesia nos invita, en el segundo domingo de Septiembre, a participar de la Colecta Más por Menos, que tiene por finalidad despertar nuestra solidaridad hacia quienes menos tienen. Esto nos habla de comunión, es decir, el otro, aunque no lo conozca no es un extraño, es alguien, es una persona, y desde la fe es mi hermano. Creo que esta Colecta tiene un profundo sentido de ayuda, pero sobre todo de docencia, que nos eleva moral y espiritualmente.

No damos sólo cosas, en este caso dinero, sino que asumimos en la medida de nuestras posibilidades las carencias y el dolor de mi hermano.

Este gesto quiebra y transforma en el corazón del hombre, los límites de una actitud individualista que nos encierra en nosotros mismos. La caridad, en cuanto nos abre al otro, nos sana y libera.

A la Colecta de este año la haremos bajo el lema: “Más solidaridad por Menos exclusión”. No es el momento a ponernos a discutir sobre los índices de pobreza en nuestro país, sabemos que la pobreza existe y está muy cerca de nosotros, casi diría que no necesitamos de estadísticas, sólo tenemos que caminar y abrir los ojos. En un sentido diría que no existe la pobreza, existen pobres que tienen un rostro y nos dirigen su mirada. La pobreza puede ser un tema ético y político, que podemos abordar desde diversos enfoques, pero el pobre siempre será un tema evangélico. Por ello, para la Iglesia la cercanía con el pobre no es una estrategia o un sentimiento ocasional, sino un acto de fidelidad a Jesucristo, El tuvo preferencias por los pobres. Una Iglesia que no asuma y comprometa su voz y su acción al servicio del pobre, no sería un signo claro de la presencia de Jesucristo.

Frente a esta realidad de la pobreza no podemos quedarnos en una actitud de conocimiento y de explicación del hecho, sino que debemos asumir un protagonismo que nos permita mitigar sus efectos y devolver la esperanza a tantos hermanos nuestros que hoy son víctimas de este flagelo. Esta expresión la usó el Santo Padre en la carta que nos enviara motivando la participación en esta colecta. Él nos decía que debemos superar “el flagelo de la pobreza”. Sabemos que la pobreza, desgraciadamente, engendra más pobreza y esto lleva a la marginalidad. Se dice con fundamento estadístico, que la mayoría de los argentinos no logró superar las condiciones de vida de sus padres. Este país es nuestra querida Patria, a la que le debemos lo mejor de nosotros para elevar el nivel de vida de todos sus hijos.

La fuerza del lema está en acrecentar la solidaridad, que tiene que ver tanto con la justicia como con la caridad. La caridad no suple a la justicia, por ello hay un deber insoslayable de la sociedad política frente a la pobreza, la caridad, les decía, perfecciona a la justicia porque para ella no es sólo distribuir equitativamente los bienes, sino elevar a esa persona en su dignidad plena de hijo de Dios. Con cuánta alegría y gratitud la gente recibe la ayuda de la Colecta Más por Menos, porque ven en ella un gesto de solidaridad y de amor, que les permite superar no sólo las condiciones de exclusión sino recuperar la esperanza. Cada año esta Colecta se convierte en un gesto creciente de presencia de los argentinos junto al dolor de la pobreza, y en la promoción de diversos proyectos que elevan la condición de vida de nuestros hermanos.

Invitándolos a ser generosos en esta nueva edición de la Colecta de Más por Menos, les hago llegar junto a mi afecto y oración, mi bendición de Padre y amigo.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

MES DE LA BIBLIA

Para el cristiano la persona de Jesucristo es el centro que da sentido a su vida. Ya es un lugar común al hablar del cristiano recordar la frase del Santo Padre en Aparecida: “No se comienza a ser cristiano, nos decía, por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Ap. 243). Ahora bien, la pregunta importante es saber dónde me encuentro hoy con Jesucristo?

Esta pregunta me permite hablarles de uno de los modos que él ha elegido para permanecer con nosotros, me refiero a su Palabra, que es la Palabra de Dios.

Esto lo hago en este mes de septiembre, en el que celebramos el Mes de la Biblia.

Esta presencia de Jesucristo a través de su Palabra no tiene sólo un contenido doctrinal, sino que es para nosotros un acontecimiento que nos permite hoy entrar en comunión viva con él. La Biblia no es un libro del pasado, algo histórico, sino un acontecimiento que se hace presencia para quién la lee con un corazón abierto, este es el principio de la fe. La Palabra de Dios que se hizo realidad humana y divina en la persona de Jesucristo, es nuestro primer lugar de encuentro con él. Para esto he venido, nos dirá, para ser el Camino, la Verdad y la Vida de cada uno de ustedes. Como vemos, el lugar que ocupa la Palabra de Dios en un cristiano es único y central. Por ello se dice que el cristianismo no es tanto el camino del hombre hacia Dios, sino el camino de Dios hacia el hombre. A este camino de Dios lo encontramos en la Biblia.

Este venir de Dios hacia nosotros requiere una actitud que ponga el acento en la escucha de su Palabra. No estamos, les decía, frente a un libro de historia sino ante un libro de Vida, que para quién la recibe con un corazón abierto se convierte en fuente de luz, de sentido, de alegría y de paz. La Palabra de Dios tiene que ver con la verdad del hombre, porque hemos sido creados a su “imagen y semejanza”. Dios no es ajeno al hombre, es su creador, por ello en él encontramos el sentido de nuestras vidas. San Agustín, decía: “Mi corazón estuvo inquieto, Señor, hasta que no te encontró a Ti”. Con cuánta sabiduría canta el salmista: “Tu Palabra Señor es la verdad y la luz de mi vida”. O el profeta Jeremías: “Cuando se presentaban tus palabras, decía, yo las devoraba, porque tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (15, 16).

Esta Palabra alcanzó su plenitud y cercanía a nosotros en la persona de Jesucristo, que es el Hijo de Dios hecho hombre. La vida cristiana, recordemos, no nace de una doctrina sino del encuentro con la persona de Jesucristo. Aquí adquiere todo su valor la lectura de los Evangelios, que es la Palabra de Dios manifestada por su propio Hijo. Es una Palabra que tiene por destinatario el corazón de cada uno de nosotros. Esta Palabra, por otra parte, alcanza toda su plenitud cuando se convierte en un diálogo personal con el mismo Señor, se hace oración y en ella vamos descubriendo el sentido de nuestra vida desde Dios. Así nos descubrimos como parte de un proyecto, es decir, mi vida tiene un sentido, no soy una casualidad, soy un hijo amado por Dios. Sólo desde Dios nuestra vida adquiere toda su dignidad y la grandeza de una vocación.

Que en este mes de Septiembre, mes de la Biblia, nos acerquemos a la Palabra de Dios como primer lugar de nuestro encuentro con Jesucristo: Él nos espera. Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

DESPENALIZACIÓN DE LA DROGA

Hemos asistido a un fallo de la Corte Suprema en el que se despenaliza la tenencia y el consumo personal de droga. El fallo pone el acento no tanto en lo nocivo de la droga, sino en la defensa de las acciones privadas que deben ser respetadas según la Constitución. Este dictamen, que no tiene el alcance de una ley sino sólo la interpretación de inconstitucionalidad frente a un caso particular, ha abierto el debate, sobre todo pensando que puede estar próximo el envío al Congreso de un proyecto para sancionar una Ley sobre el tema.

Si bien el fallo de la Corte tiene el límite de referirse a la interpretación de un caso particular, es un antecedente de alto valor jurídico.

La postura de la Iglesia ha sido clara. Partimos de una afirmación simple y de fácil constatación: la droga es sinónimo de muerte, que se ha convertido en un flagelo. A partir de ello concluimos que todo lo que acerque o haga más fácil su consumo es nocivo. En este sentido no hay que acercar la droga sino alejarla. Lo vemos de modo especial respecto a los jóvenes, que son la presa fácil del avance de la droga. El testimonio negativo de las madres de estos chicos es por demás elocuente, incluso no se podría decir tan rápidamente que no afecta a terceros, ellas lo niegan. Cuando frente a esta realidad leemos las conclusiones de la Corte nos parecen alejadas de la misma, o que se piensa en un primer mundo donde los parámetros de salud, educación, presencia del Estado dan un marco que garantiza la vida y la salud de la gente. Incluso en este supuesto no deja de ser un peligro y mal social el tema de la droga.

Por otra parte, el meta mensaje que este fallo trasmite no es un logro constitucionalista, sino algo más simple: “la droga ahora es legal”, es decir, hay permiso jurídico para el consumo, es legal. El auge del consumo al amparo de este fallo no va a ser el del adulto responsable de sus actos, sino de los jóvenes que son un mercado creciente en manos de redes de adultos que hacen negocio con su fragilidad. Es más, van a aparecer nuevos pequeños traficantes entre los mismos jóvenes. No creo que deba considerarse un acto contra mi libertad que la sociedad, a través de sus leyes, defina, penalice y ponga límites a un flagelo que avanza, destruye y mata. Penalizar lo que atenta claramente contra la salud, insisto de modo especial entre los jóvenes de nuestros barrios carenciados, no significa negar la libertad sino pensar en el bien común. Además, si bien el derecho a la tenencia de drogas para uso personal no habilitaría de suyo su venta, sin embargo este fallo podría aparecer suavizándola socialmente.

Penalizar la tenencia no significa que haya que criminalizar a la persona que consume y es adicta, todo lo contrario, a ella hay que ayudarla con todos los medios posibles, incluso con la internación. Al que hay que castigar y poner preso es al traficante. Esta ayuda al drogadicto, como la pena al traficante supone la presencia de un Estado con decisión política que movilice los recursos necesarios para enfrentar esta situación. Creo que una posible ley de despenalización, si se considera e instrumenta este fallo como su primer paso, es un camino peligroso y alejado de la realidad. Cuando veo la actitud y el cambio de opinión como de legislación de otros países frente al tema de la droga, temo que tengamos cierto complejo que nos impida mantener posiciones claras que imponga límites. Creo que es necesario, por ello, distinguir el alcance de este fallo “in casu”, de lo que sería una ley de despenalización. Hay en esto una responsabilidad del poder legislativo.

Deseándoles un buen fin de semana en compañía de sus familias y amigos, reciban de su Obispo mi afecto y oraciones junto a mi bendición.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

Fuente: www.arquisantafe.org.ar

LA POBREZA

Hemos asistido últimamente a una discusión sobre la pobreza. A ello se sumó una carta que el Santo Padre nos envió con motivo de la colecta anual de Más por Menos, en la que nos decía que había que reducir “el escándalo de la pobreza”. Este hecho, que ocupó la atención durante unos días, creo que fue bueno si sirvió para plantear la exigencia moral y política de una situación que debemos asumir. No se trata sólo de números de una estadística sino de personas, no hay pobreza hay pobres.

También debemos lamentar la falta de índices objetivos que nos impiden un diálogo serio sobre esta realidad. Esto es, lamentablemente, un signo de pobreza institucional en nuestro país. Lo que no podemos negar, porque sería un acto necio e irresponsable, es que el drama de la pobreza que venía decreciendo, es cierto, pero que ha crecido últimamente. Este hecho que surge de las estadísticas, me lo dice también la gente de Caritas que tiene un contacto personal y permanente con esta realidad.

La pobreza no puede quedar librada a actos de caridad o generosidad individual o de instituciones de bien, sino que se trata de un tema que hace a la justicia social y, por lo ello, pertenece a la sociedad políticamente organizada. La caridad no puede ocupar el lugar de la justicia, sino que la presupone y perfecciona. La pobreza, por otra parte, engendra más pobreza y esto lleva a la marginalidad. Es decir, la falta de medios en la que viven muchas personas a causa de la pobreza las aísla y les impide participar de los bienes de la educación, la salud y el trabajo, disminuyendo sus condiciones psicosociales. Puede parecer exagerado afirmar, pero lo asumo como un juicio que hace el Observatorio de la Deuda Social Argentina, que la mayoría de los argentinos no logró superar las condiciones de vida de sus padres.

Este debilitamiento en las condiciones psicosociales significa que la pobreza crea dificultades en el hombre para comprender, razonar y queda sometido, por lo mismo, a las condiciones adversas de su entorno. El pobre vive un presente sin capacidad para proyectar ni planificar su propia vida, ni poder enfrentar los problemas de un modo resolutivo, como el proyectar y planificar su propia vida. Existe también una conexión perversa entre la pobreza y la falta de libertad, que hace del pobre alguien sin mayores posibilidades y muchas veces utilizado. Como vemos la pobreza deja de ser un hecho económico para ser principalmente un tema moral y político. Por ello escuchar hablar del escándalo de la pobreza es un juicio que nos duele pero nos hace bien, si sabemos reaccionar con un compromiso moral y de altura política.

Frente a esta realidad que compromete la dignidad del hombre, creo que la mejor respuesta es hablar de la necesidad y el valor de un trabajo digno. La mayor pobreza para el hombre es no tener trabajo y no poder sentirse protagonista de su propia vida y parte activa de la sociedad en que vive. La pobreza que lleva a la marginalidad hace del pobre un ser sin esperanza. Hace de él alguien que está en la sociedad pero que no siente parte de ella y va creciendo con sus propios códigos. Terminamos siendo ajenos, extraños, en nuestra propia casa. Por otra parte, la misma sociedad que los excluye luego, con cierto cinismo, lo juzga en sus fragilidades, incapacidades y consecuencias. Este hecho reclama algo más que actitudes testimoniales individuales, que siempre son necesarias porque elevan la vida moral de la sociedad, me refiero a la necesidad de planes de largo alcance que supone políticas que superan el alcance de un gobierno, porque pertenecen a la nación como Estado. Esta es otra de las pobrezas de nuestra querida Patria.

Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, la bendición de Dios que es Padre de todos.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

Fuente: Arquisantafe.org.ar
 

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